lunes, octubre 30, 2017

Todos los poetas han de fracasar mejor

A la salida del autobús interurbano todo se acelera. Una madre busca a su hijo. Su hijo se encuentra al otro lado de la estación y bebe de una botella envuelta en una bolsa de plástico. Permanece detrás de los viajeros que en fila aguardan ante la puerta delantera del bus que saldrá dentro de poco hacia la capital.
La madre no tiene dinero para volver al pueblo de donde ha venido buscando a su hijo y su hijo no sabe que ella le busca....
¿Por qué busca a su hijo? Es el único hijo que tiene y bebe de una botella que guarda en una bolsa de plástico blanca. Apesta a cerveza. Tras todos los viajeros, sus ojos encharcados, aguanosos; su pelo, su ropa de alguien que se ha fregado temporalmente de una vida acomodada. Un chaquetón de color verde militar y un pantalón de color hueso y unos cómodos zapatos -de alguien que se ha fugado de su propio paso, de su propia huella, y los ojos aguanosos de alguien que ha llorado o no, quién sabe, más que la media de cualquier madre...
-"¡Madre!... ¡Madre!" -grita a voces, grita toda la estación, es capaz de encoger el corazón de cualquiera que... pero a la inminente salida del autobús, de cualquier autobús, todo se acelera, se increpa el ritmo. Un muchacho pasa corriendo ante mí, apenas puede decir "perdón", corre desparejado, como si le faltaran los músculos, arrastrando pies y brazos, y la cabeza se gira de un lado a otro, sin sentido y te percatas, eso sí, de que todo su cuerpo fuera un chicle que apenas se sostiene por sí mismo, justo en el centro de su corazón, justo en el centro de su corazón, la muela de molino que mueve sus músculos, los brazos parecen agitarse renqueantes, ¿crees que perdió su autobús...? Fue entonces cuando aquel tipo había dejado atrás, justo detrás de él, la bolsa blanca que ocupaba la botella de cerveza, y se levantó como un resorte y fue entonces cuando dio unos cuantos pasos, sus pantalones de crema o de hueso y su madre iban por delante y decía "¡Madre, madre!", hasta que una ¡Madre! saltó sobre la otra y la madre se volvió, lo suficiente para que la oyera alguien que prestara atención porque ya sabéis que a la salida del autobús todo se acelera, más y más, y la gente que cruza por delante, una cola de pasajeros que aguarda, sí, el hombre había dejado allí su bolsa blanca de plástico blanca y persiguió a su madre que se marchaba, y quien antes había hablado con un hombre de su edad y le dejó caer, muy educadamente, muy ordenadamente, si aún no había, no quedaba algún autobús para S., y él la miró muy educadamente, muy ordenadamente, y "claro que sí... un momento, espere", tomando su smartphone se acercó a la taquilla y le dijo que "sí", "un momento", "espere", y se dejó caer hacia la zona de taquillas y fue entonces cuando La Madre le dijo con los ojos bajos: "es que el taquillero se ha enfadado conmigo... porque no llevo dinero", y aquel hombre ya se había ido hacia la taquilla apenas la escuchó.
El hombre con chándal de la selección española y en silla de ruedas iba de un lado a otro del pasillo de luz amarilla. La gente comenzó a salir al andén y allí encontré al hombre de cuarenta y tantos, bien vestido, bien vivido, que bebía de una botella en una bolsa de plástico blanco.

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