miércoles, enero 10, 2018

Año Nuevo Maniaco Depresivo

Camilo ha empezado mal el año. Fue con un amigo a celebrar y acabo en una trifulca. La sangre no llegó al río. Resulta que esa noche le resultaba extraña. Año Nuevo, lunes... luna llena. Tres componentes para desatar cualquier tempestad.
Conocen a un tipo con el que charlan sobre el influjo de la luna en las mentes de los psicópatas y taraos. Mientras fuma, les dice que si la luna, que si la noche y que si un grupo de música y otro más. Un recorrido por los ambientes de una ciudad de provincias en los años 90. Vuelven a entrar. Allí hay un grupo muy animado. Una chica morena que viene de una fiesta -restos de cotillón- y que baila sola. Sigue con su cabeza el ritmo de la música. Sigue con sus brazos y su piernas el ritmo de la música y de su propio corazón. Camilo la mira y mira a quien se acerca a ella y desea bailar con ella, hablar con ella. Pero uno tras otro se deshace de los pesados. Los "intentones" regresan al lugar en el que están con sus colegas y siguen mirándola con el colmillo sacado. Sonriendo, pero con el colmillo sacado. Como si no se dieran cuenta, Camilo, que tú ya sabes. Nada más. Una mirada aviesa y despecho, o casi. Ella se acerca a Camilo y Camilo la mira. Nada más entraron al garito ella se dirigió a Camilo para decirle que ahí, que en aquel lugar de la barra había sitio. Y él la miró y le agradeció el gesto, la deferencia, que se dice en estos casos. Camilo la mira de vez en cuando, y sonríe. Le mola mola como baila. Suave y sencillo. Su pelo ensortijado, sus grandes ojos, sus largas piernas, su manera de disfrutar a su rollo. Uno detrás de otro los chicos que se acercan a ella van sucediéndose. La chica se acompaña de una amiga con tatus en los brazos y de un chico negro. Hacen un trío bonito. El chico tiene mucho brazo y mucha mirada. Se mueve y empuja un par de veces a un colega de Camilo que acaba de entrar, pero su colega tiene mucha noche y el chico de mucho brazo y mucha mirada sonríe y charlan un rato. Punto.
El camarero saca la vuvucela y nos echa a la puta calle. Un horrísono clamor nos despierta a unos más que a otros, por si hubiera alguno atornillado al suelo durmiendo en los brazos de Baco el sigiloso.
Luego llegó el desastre, pero es otra historia. Camilo se dio cuenta de que el barrio era maniaco-depresivo o un manicomio a cielo abierto, que diría el maestro Kaba.

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